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Un golpe seco

Manuel C. Serrano

    Un golpe seco en la madera indica que todo va a comenzar. Han transcurrido ya algunos minutos desde que nuestra banda comenzó a tocar la marcha, que el estandarte se izo y comenzó a andar, los Nazarenos directores ayudados por algunos miembros de la Junta Directiva se esfuerzan en colocar a cada  Nazareno en su sitio, en cuadrar las filas con las cruces  y en indicar la salida de los penitentes, es el momento en que los nervios están mas a flor de piel. Apenas si se escucha ya el sonido de los tambores, el entramado de calles por las que se inicia la procesión hace que no se divise en ningún momento el estandarte, pero se ha dado la orden y todo va a comenzar, los ensayos quedaron atrás. Suena otro golpe en la madera. Cuarenta rodillas se flexionan esperando la siguiente orden. La compenetración entre ellos debe ser perfecta, por fin el jefe de costaleros da la orden y el Cristo de la Caída se levanta por primera vez. Reposa sobre hombros  anónimos que se han ido preparando durante semanas, compañeros nuestros que sienten el honor de ser  Costaleros. La  procesión continua avanzando al ritmo de los tambores, ellos son los encargados de avisar la llegada de los Nazarenos, su incesante marcha nos invita a prepararnos, nos indica que los penitentes llegan cargados con su cruz, meditando sobre la Pasión de Cristo, meditando sobre sus vidas, sobre lo que han hecho bien, pero ante todo sobre lo que han hecho mal. Es tiempo de reflexión, de imponer “ el propósito de enmienda” sobre nuestros errores. A lo lejos ya se divisa el “ Cristo de la Caída”, nos invade siempre una preocupación, no podemos dejar de pensar en como se encontrarán nuestros costaleros, en el peso que llevan sobre sus hombros. Pero también, a veces,  sentimos envidia de  ellos, y nos gustaría estar ahí, bajo los varales, sintiendo el sufrimiento en nuestro hombro, y aliviando, si es posible, el de nuestros compañeros. La procesión continúa su avance metódico, no hay mucha gente en la calle, pero eso no es lo importante, no salimos a la calle para que nos vean, nuestras caras están cubiertas, somos personas anónimas que intentan manifestar un sentimiento religioso, y la manifestación exterior debe de concretarse en el interior de cada uno y, en los compromisos que seamos capaces de adquirir. Lo exterior debe ser tan solo una manifestación de lo interior. Cuando nos acercamos  a la puerta de la Iglesia, sientes que todo se está acabando, o quizás esté comenzando. Comience en nosotros ha surtir efecto el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, y por fin nos veamos implicados en ese misterio. El Cristo de la Caída entra en la plaza de la Iglesia, los tambores incesantes siguen replicando con su marcha, nos impiden abstraernos del momento. Los penitentes esperan con su cruz en vertical la llegada de su Cristo, al fondo las tres grandes cruces, símbolos del cristianismo esperan junto a nuestro estandarte. Todo está a punto de concluir. Vuelve a sonar un golpe seco en la madera, los hombros doloridos dejan reposar sobre los apoyos al Cristo, la caja de la banda cambia su sonido indicando a sus infatigables compañeros que todo va a concluir. Con un golpe seco todo queda en silencio por un instante. La procesión ha terminado.

            Cuando toda esta manifestación externa concluye, es cuando debe de comenzar la verdadera “procesión” debemos ser capaces de asimilar la experiencia y vivirla en el día a día. Algo debe de quedar, de otra forma no es posible entender como dentro de pocos días todo volverá a comenzar con la misma ilusión y el mismo fervor.

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